I
Hurgo entre el resto de las sombras
el silencio más grande.
Frente a mí: límpido cristal:
telón de ojos suspendidos
pendulantes apenas en el último suspiro que no llega.
Y esta oscuridad que me acaricia
que me quita el aire, y lo comprime
es un solo latido que se alarga
y se convierte en invierno lentamente.
Así es mi pequeña muerte hoy
la retirada.
II
Nací para arrebatarle
a la noche los cristales.
Los olivos a los montes
y de las comisuras
delineadas rojas,
el espanto.
―A veces morir
no es tan malo―
III
Hoy vienen a mí todos los olores
y el alma como incienso se transforma.
El agua corre por el rostro, y los ojos
hundidos perdidos
explotan.
La electricidad que me atraviesa
es otro asesino dentro.
El cuerpo muere, es cierto.
No la quemada noche que me abraza.
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