He cerrado la puerta
y crujen dentro de mí
pájaros de hojalata.
El abismo es frío, y su eco
achica los huesos.
Cruzo la cocina, huelo los guisos
que apretujan tus muslos.
He de amarte siempre me decías.
Y yo miraba con los ojos derramados
tu cuerpo de medio día.
Llego a la recamara, la retina vibra.
El ojo salta cuando tiene hambre.
Hurgo por debajo de la ropa
la humedad
el vértigo.
La piel ajada fuera de su cause, resbala.
Tus ojos permanecen vivos
como soles que giran
con inestable velocidad.
Las arterias se desprenden
el río espeso crece
y en las grietas que se abren
el recuerdo se desliza cortante
a golpes
a golpes, madre mía
a golpes.
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